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Festejos de San Juan, San Pedro y San Pablo en la historia matancera.

 


                                                por Leonardo Racedo.

La celebración del Día de San Juan, San Pedro y San Pablo gozaba de mucha popularidad en nuestro país hasta poco más de la primera mitad del siglo XX. Basta con recordar que hasta la década de 1950, cada 29 de junio era feriado nacional, y era entonces que por las noches familias enteras se congregaban alrededor de grandes fogatas que los mismos vecinos armaban durante esta festividad pagano-religiosa. 

                                                         Fogatas de San pedro y San Pablo


La celebración se realizaba para recordaba a San Pedro, el primer pontífice, y a San Pablo, el gran apóstol de los Gentiles a las que se le sumaba San Juan por su nacimiento un 24 de junio. Sobre los dos primeros, Alejandro Pomar en su libro: “La fogata de San Pedro y San Pablo” nos comenta: “Ambos santos fueron ejecutados el mismo año 67, por orden de Nerón, y aunque Pedro fue crucificado y Pablo decapitado, la tradición los vincula con el mismo ritual del fuego". En cuanto a su más primitivo origen sobre la costumbre de encender fogatas a fines de junio se remonta, a la prehistoria. Durante el Neolítico en el hemisferio norte, se acostumbraba a celebraba este ritual en el solsticio de verano, hecho astronómico que marca el momento en que los días comienzan a acortarse, para de esta manera lograr el propósito que era que retornase el calor vivificante y germinante del sol. Este rito perduró durante la difusión del cristianismo mimetizándose con otra festividad sacra como el nacimiento de San Juan Bautista.

En nuestro país esta celebración popular llegó, como tantas otras, de la mano de  la colonización y la evangelización europea. Y para hablar puntualmente de estas fogatas en La Matanza existen registros que la misma ya se conmemoraba en la época de Rosas. Prueba de ello es documento consultado en el Archivo General de Nación (AGN) donde el Juez de Paz de nuestro partido, José María Ezcurra, el 30 de junio de 1837 publica en la “Revista de los Superiores Decretos y Órdenes vigentes, cuyo cumplimiento necesita de Observancia” la siguiente disposición firmada, según el inédito documento analizado, por el Excelentísimo Señor Gobernador y Capitán General de la Provincia, nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes: Brigadier Don Juan Manuel de Rosas. En la misma se dice que:

“El Superior Decreto del 26 de junio de 1836 encarga V.E se hagan fogones en las vísperas de San Juan y San Pedro siguiendo las costumbres de nuestros antepasados en memoria y recurrencia. Se ha circulado a los Alcaldes para el cumplimiento debido de estas demostraciones religiosas que han observado los vecinos de este partido”.


Juan Manuel de Rosas



Esta festividad tan popular durante la década del ´50 y finales de los ´60 llevó a muchos vecinos matanceros a vivirla con suma algarabía y recordada por muchos de ellos con cierto aire de nostalgia sobre aquellos años que según las expresiones en sus rostros al entrevistarlos, fueron mejores.




                                    Almanaque del ministerio de agricultura de 1935. 

                                            Con letra F se señala el feriado


Es el caso del vecino de Rafael Castillo Manuel Tomé, hijo del dueño de un gran vivero a las afueras del entonces pueblo, quien al respecto recordaba:

“Para la época de junio se comenzaba en la zona la temporada de poda de árboles. Sobre el frente de mi casa teníamos una cerca de un poco de más de trescientos metros de unas plantas llamadas Crataegus, un arbusto espinoso con bolillitas rojas y muy ramoso. Te imaginas que podar esas plantas de adentro, de  afuera y de arriba era una labor complicada para tres o cuatro personas que lo hacíamos. Pero nosotros que éramos chicos, este trabajo nos motivaba, ya que amontonábamos las ramas cortadas y esperábamos a que se secaran para usarlas en la festividad de San Juan y San Pedro. Los vecinos ya sabían cuando nos veían que estábamos podando y se preparaban con los muñecos de trapos que ellos mismos hacían, muy primitivos los pobres, y se juntaban en una esquina, a veces venían desde lejos, ataban las ramas y las iban llevando arrastrando desde mi casa y las juntaban donde ponían sus muñecos. En las fogatas se reunían las familias. Los chicos jugábamos alrededor del fuego, los hombres fumaban, tomaban un poco y contaban cuentos. Las mujeres conversaban entre ellas sobre sus quehaceres cotidianos. Yo solía participar en las fogatas que se hacían sobre la ruta 1001, que era ancha y de tierra. En tres o cuatro cuadras cada uno en su esquina los vecinos hacían grandes fogatas”.

Susana Garay vecina de Isidro Casanova recuerda con nostalgia aquellas viejas festividades religiosas durante los años ´60:

“En esos tiempos era todo más despoblado, los pocos vecinos hacían de la zona un lugar más tranquilo. Se hacían grandes fogatas en recuerdo de San Pedro y San Pablo. Recuerdo una que se hizo en un terreno baldío cerca de mi casa y fui de la mano de mi papá. Muchos hombres estaban atentos a que no se produjeran incendios. Los chiquitos corríamos alrededor del fuego mientras que los hombres y mujeres se paraban junto al fogón, algunos cantaban y comían lo que llevaban de sus casas. La celebración duraba un rato, hasta que se acababa la leña o las cosas para quemar y luego cada vecino volvía a su casa. ¡Qué lástima que ya no se hace más!”.

Otro testimonio castillense lo brinda Marta, vecina desde 1957 quien recuerda que:

“Una fogata muy importante por el tamaño de misma era la que hacían los vecinos en la esquina de Victorino de la Plaza y Chavarría, donde hoy está la farmacia. Por aquellos años ese lugar era un gran terreno baldío. Ahí los vecinos apilaban muchas ramas y arriba de todo colocaban un muñeco de trapo. Al evento recuerdo que concurría mucha gente. Se encendía el fuego, se quemaba el muñeco y cada uno volvía a su vivienda. En esos años en Castillo no había luz eléctrica y volver muy tarde a las casas en la oscuridad era peligroso, no se veía mucho y las calles eran todas de tierra”.

En este último testimonio puede estar la punta del ovillo a la pregunta sobre qué pasó con esta ancestral costumbre de las fogatas y porque las generaciones venideras casi olvidaron por completo esta vieja tradición que tanto entretenía a nuestros antepasados.

Los tiempos fueron cambiando, es cierto y los nuevos loteos, la construcción de  asfaltos y el aumento de población fueron haciendo menos comunes encontrar lotes baldíos donde encender las fogatas. Además la llegada de la luz eléctrica a muchos barrios y la masificación de la televisión en los hogares, (que fue un avance tecnológico muy determinante para la época), reflejó un cambio en la manera en que la gente comenzó entretenerse y afectó para siempre a muchas viejas costumbres y pareció haber contentado a la población a quedarse en sus casas.

Cuando llegaban estas fechas mi papá me decía; “¡Que lindas eran las fogatas de San Pedro y San Pablo!”. Si bien en algunas ciudades y pueblos del interior se sigue festejando esta tradición, la misma ya no tiene la convocatoria de antaño en el resto del país. Los cambios culturales se van sucediendo y a veces nos arrebatan hasta las tradiciones más arraigadas en nuestra cultura, solo quedan los recuerdos y esperar saber cuál será la próxima en caer en el olvido.  

   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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