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Un accidente de Aviación en Gonzalez Catán (1931)

 Este trabajo presentado por el profesor Pablo Valaco tiene el complemento de ser también una forma homenaje para nuestro querido colega Alberto Misetich.

Pablo Valaco Y Alberto Misetich en la presentación de la muestra fotográfica en el colegio San Mauricio (2023)



 

UN ACCIDENTE DE AVIACIÓN EN GONZÁLEZ CATÁN (1931)

 

Pablo Valaco

 

A la memoria de Alberto Rubén Misetich.

Vecino, amigo, colega.

 

Introducción

 

No suelo escribir en primera persona ni en este tono, pero se presenta una situación especial que lo amerita: recientemente nos ha dejado Alberto Misetich, lleno de proyectos a pesar de sufrir un importante problema de salud. Entre sus planes estaba, por supuesto, el de continuar indagando en la historia de nuestra localidad, González Catán: por mencionar solo algunos temas, últimamente habíamos revisado juntos antiguos documentos de la delegación municipal en el Archivo Histórico anexo al Museo Juan Manuel de Rosas, tan bien custodiados por Beatriz Soplan y Oscar Monjes; y también estaba profundizando sobre la vida de Martiniano Leguizamón, en particular sobre el vínculo con el pueblo a través de su quinta, La Morita, donde encontraba especial inspiración para trabajar sobre lo que serían sus Papeles de Rosas.

 

Sin embargo, en nuestros intercambios de los últimos meses, algo lo atrapó especialmente: en mi pesquisa próxima a finalizar de cara a un trabajo sobre el Dr. Enrique Simón Pérez, encontré información sobre un accidente de aviación ocurrido en nuestro pueblo. Se lo comenté, sabiendo que Alberto era un apasionado no solo de los autos antiguos, sino de todo lo que funcionara a motor. Al principio lo relacionamos con un aterrizaje de emergencia casi una legua al norte de la estación, cerca de la actual ruta 1001, ocurrido en 1941, que él pudo reconstruir con la ayuda de las fotografías que le facilitó Marcela Derossi: su abuelo Quintino, entonces mecánico de Catán, se había traslado hasta el lugar para poder asistir a la aeronave y posibilitar su despegue. Así, en esa oportunidad redactó un artículo con los detalles del caso.

 

No obstante, este era un hecho de 1931, es decir, diez años anterior. Yo seguía dando prioridad a mi propio cometido, pero Alberto se quedó con un especial interés en conocer más sobre este otro avión de cuya existencia no había registro ni memoria conocida en nuestra comunidad. Tras el intercambio de numerosos mensajes le propuse, disponiendo de la fecha aproximada del evento, indagar juntos en las hemerotecas porteñas: por un lado, podría obtener algún complemento más acerca del Dr. Pérez, por otro, investigaríamos sobre este misterio.

 

Se entusiasmó, como nos pasa a quienes nos dedicamos a estos menesteres cuando encontramos una veta nueva. Visitaríamos las colecciones de diarios disponibles en la Biblioteca Nacional, del Congreso y de la Legislatura de la Ciudad, cuestión que nos llevaría seguramente dos días: miércoles 27 y jueves 28 de septiembre de 2023. Sin embargo, me transmitió, no sin pesar, que no podría acompañarme pues debía ir a ver a su médico.

 

-Si no, me colaba…

 

-No hay problema, Alberto. Me dedico también a buscar lo del avión, y si no hago tiempo estos días para rastrillar los tres lugares, siempre se puede volver.

 

En rigor, cuando llegué a la Hemeroteca del Congreso fue lo primero que hice: Estaban allí disponibles, de momento, las colecciones de La Nación y La Razón. en las ediciones del jueves 23 de julio de 1931, el avión caído en González Catán era uno de los títulos principales. Solicité el envío de las copias de esas páginas por correo electrónico, sin privarme de tomar fotos con el celular… imaginaba que mi colega iba a estar ansioso por saber si “aparecía algo”, y no podía hacerlo esperar. Inmediatamente le mandé ese material vía WhatsApp: me contestó al instante, como si hubiera estado en atenta vigilia, acompañando el hallazgo con íconos de aplausos. Le seguí la conversa desde un vagón del subte A, en el trayecto entre las estaciones Congreso y Perú, rumbo a la Legislatura, donde iría por más.

 

-Voy a revisar las colecciones que no tienen en el Congreso, le dije (a esta altura, mi propio objetivo de acopiar notas sobre el yerno de González Catán había quedado en segundo plano); pero sobre esto vas a tener que escribir vos…

 

-Sí; ahora hay gente de Catán relacionada con el accidente- me respondió.

 

No tendría tiempo de hacerlo. Sin embargo, siguió indagando todo lo que pudo: se contactó con el Colegio La Salle de Córdoba, donde se encuentran los archivos de la congregación en el país, obteniendo una fotografía -que compartimos aquí- donde está señalada la ubicación aproximada de los dos lugares de la localidad (entonces, de su entorno rural) vinculados al accidente. En paralelo, le pidió al profesor Alejandro Tucci que lo asesore con las características y aspectos técnicos de la máquina siniestrada; y, seguramente, habrá explorado otras líneas de investigación que desconozco, mientras continuaba activo en redes sociales, como por ejemplo en el grupo de Facebook “González Catán Historia y anécdotas”, que modera Omar Lovisolo, entre varios otros.

 

Llegué a contarle, entre fines de 2023 y los primeros días de 2024, que había terminado el trabajo sobre Pérez. Las circunstancias hacen que, en homenaje a Alberto, esta historia del accidente de 1931, que él quería compartir con sus vecinos, la termine refiriendo yo. En su nombre.

 

El contexto

El 6 de septiembre de 1930 es una fecha tristemente conocida en Argentina: se interrumpía por primera vez el orden constitucional, con profundas y duraderas consecuencias, que por supuesto exceden estas líneas. Invocando una restauración constitucional y democrática frente a lo que consideraban un desgobierno, asumió la presidencia de facto el General José Félix Uriburu, acompañado por la aprobación de buena parte de la sociedad argentina. En cambio, otra porción no menos importante, simpatizante del radicalismo irigoyenista, iniciaba una etapa de resistencia, agudizada por las políticas de ajuste y represión implementadas por el nuevo régimen.

 

Poco después, el “gobierno provisional”, confiado en que una apertura electoral gradual le daría volumen político y legitimidad, convocó a elecciones en la Provincia de Buenos Aires, esperando un contundente triunfo de los candidatos conservadores a la gobernación: se realizarían el 5 de abril de 1931; sin embargo, el soberano eligió con casi la mitad de los votos a la fórmula radical, encabezada por el Dr. Honorio Pueyrredon. Sin esperar a la finalización del escrutinio, el gobierno anuló esos comicios y canceló los programados para otras provincias: había dado un determinante paso en falso que comenzaba a marcar el pronto final de aquella dictadura.

 

Además, provocó que sectores del radicalismo, después de que se desconociera su triunfo en las elecciones bonaerenses, tomaran una postura de confrontación más activa, iniciando una serie de levantamientos revolucionarios. El primero de ellos, que nos interesa especialmente en esta oportunidad, ocurrió en la Provincia de Corrientes, con ramificaciones en el entonces Territorio Nacional del Chaco: lo encabezó un antiguo y fiel edecán de Don Hipólito Yrigoyen: el Teniente Coronel Gregorio Pomar.

 

Lo cierto es que entre el lunes 20 y el martes 21 de julio de 1931, Pomar y su gente lograron sublevar el regimiento local y controlar la provincia, deponiendo al gobernador de facto; el movimiento se extendió a la orilla opuesta, donde los rebeldes tomaron el control de Resistencia[1]. Proponían la entrega del gobierno a la Corte Suprema de Justicia y una pronta convocatoria a elecciones generales, y así retomar la plena vigencia de la Constitución Nacional.

 

No obstante, con el transcurrir de las horas fue quedando en evidencia la soledad de los sublevados a nivel nacional, ya que en ningún otro lugar del país se efectivizaron adhesiones al movimiento; mientras tanto, el gobierno nacional organizaba la contraofensiva por tierra, agua y aire. A pesar de que los conjurados habían alcanzado a volar algunos puentes ferroviarios para obstaculizar el paso del Regimiento 18 de Infantería de Santiago del Estero, estos llegaron a la zona de Resistencia el jueves 23. De igual forma, dos cañoneras remontaron el río Paraná para contribuir al sofocamiento de la rebelión, y arribaron también a Corrientes varias máquinas de la aviación militar. Como sea, las autoridades de la intervención momentáneamente removidas ya habían reasumido en la jornada anterior, y gran parte de los rebeldes, faltos de apoyo, habían desistido y huido rumbo a la vecina República del Paraguay.

 

En un escenario de fuerzas armadas movilizadas para reprimir este movimiento iban a ocurrir los sucesos de los que daremos cuenta aquí.

 

Los hechos

 

La aviación en general y la aviación naval en particular tenían por entonces una historia corta: esta última se había creado en 1916. Si décadas después quedaría, por un lado, tristemente asociada a los bombardeos sobre la Plaza de Mayo de Buenos Aires en junio de 1955, que provocaron cientos de víctimas civiles, o, por otro, a acciones heroicas junto a la Fuerza Aérea en el marco de la guerra de Malvinas de 1982, al momento de los sucesos que vamos a exponer era todavía una novel sección de la marina.

 

Desde Puerto Belgrano, su asiento cercano a Bahía Blanca, una escuadrilla de cuatro aviones anfibios Savoia partió rumbo a El Palomar el miércoles 22 de julio por la mañana, tal como el comando de la aviación naval había dispuesto en la víspera; como hemos dicho, a esa altura la revolución de Corrientes había sido sofocada, por lo cual probablemente no estaba previsto que continúen el vuelo hacia la zona del reciente levantamiento; en todo caso, las crónicas periodísticas no lo mencionan, con la excepción -aunque en medio de varias inexactitudes- de Caras y Caretas[2].

 

Figura 1. Hidroaviones Savoia en las instalaciones de la Base Naval Puerto Belgrano. http://institutoaeronaval.com/historia-aviacion-naval/, consultado el 15 de marzo de 2024.


En el trayecto, un imponderable derivaría en un percance luctuoso: en efecto, las condiciones climáticas alteraron los planes, muy cerca de una por entonces pequeña y joven población rural de la Provincia de Buenos Aires, cuyo nombre era González Catán. En efecto, a poco de completar el trayecto, la persistente lluvia que impedía una visibilidad óptima sorprendió a las máquinas, colocándolas en peligro. Tanto fue así, que su responsable, el Teniente de Fragata Ezequiel del Rivero, ordenó preventivamente, minutos después de las dos de la tarde, un aterrizaje de emergencia. Los campos del lugar que sobrevolaban, llanos y extensos, ofrecían algunas alternativas bastante seguras para la operación. Además, apenas algo al sur del sitio elegido, se situaba la pequeña población, que seguramente contaría con destacamento policial y/o telégrafo ferroviario como alternativas para comunicar eventualidades; hacia el oeste, también a poca distancia, podía visualizarse, aún con las dificultades mencionadas, lo que parecía ser el casco de una estancia importante, con una construcción majestuosa rodeada de una frondosa arboleda, donde tal vez podrían asistirlos en caso de necesitarlo.

 

Así se hizo, sin mayores inconvenientes. Valiéndonos de los sitios marcados con cruces en la fotografía que acompaña este trabajo -siempre, claro, que quien las señaló haya sido preciso- y complementándolos con las herramientas que ofrece el sitio Google Earth, podemos decir, con un margen de error muy pequeño -quizá de solo unas decenas de metros- que los hidroaviones Savoia tocaron tierra en el predio hoy delimitado por las calles Balboa, Antonio Zinny, Federico Báez y la prolongación de Silvino Olivieri, donde en nuestros días se encuentra la escuela primaria 211 y lindante con lo que más adelante y durante muchas décadas los habitantes del pueblo conocieron como “el vivero del suizo” (Juan Durst).

 

En algunos minutos, desde aquella señorial edificación, que no era una estancia sino la Escuela Agrícola Santo Tomás de Aquino, a cargo de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, una comitiva encabezada por su Director, Hermano Rogelio -tal vez quien marcó las ubicaciones en la fotografía-, se acercó a ofrecer ayuda. Los aviones, en realidad, habían estado a poca distancia de alcanzar su destino: tan solo faltaban no mas de dos decenas de kilómetros para arribar a la Base de El Palomar, donde desde 1912 funcionaba también la Escuela de Aviación Militar de sus colegas del ejército, antecedente de la Fuerza Aérea Argentina.

 

Paralelamente, el comando de la aviación militar de esa dependencia, ni bien conocido el paradero de emergencia de la flotilla (aquí las versiones difieren acerca de cómo llegó la noticia hasta allí: ¿logró transmitirla el propio del Rivero? ¿lo advirtieron vecinos de Morón a las autoridades policiales? ¿alertaron los Hermanos de La Salle? ¿lo reportó la comisaría de González Catán… o la de San Justo?), resolvió enviar tres aviones biplaza Bristol (identificados con los números 34, 35 y 37) a la zona del aterrizaje forzoso, para tomar contacto con los pilotos navales de los aviones anfibios y eventualmente brindarles algún tipo de auxilio. Eran máquinas de origen británico surgidas en el contexto de la Gran Guerra, fabricadas y en uso en diversos países tres lustros después.

 

A la brevedad, los Bristol estuvieron alistados y, pese al mal tiempo, minutos antes de las 16 horas emprendieron el corto vuelo en dirección sur: una de esas aeronaves, la número 35, partió ocupada por los sargentos primeros Ascencio Garraza (oriundo de Santa Fe), en calidad de piloto, y Claudio Vargas como observador. Estaba equipada con un motor Hispano Suiza de 300 caballos de fuerza (H. P.), y era utilizada normalmente para tareas de adiestramiento de pilotos.

 

En esas circunstancias iba a ocurrir la tragedia: ante el estupor de los tripulantes de la flotilla naval y de los pilotos del ejército de los otros dos Bristol -uno había aterrizado sin inconvenientes y el restante permanecía en vuelo junto al a la postre siniestrado- el 35 entró en tirabuzón y se precipitó a tierra desde unos cien metros de altura[3]. La aeronave que quedaba en vuelo volvió a la base a toda velocidad para reportar lo sucedido y regresar con un facultativo, lo cual sucedió hacia las 17. Mientras tanto, tan pronto como les fue posible, sus camaradas y algunos Hermanos de La Salle llegaron hasta el lugar del hecho, encontrándose con los dos ocupantes fallecidos: según el médico enviado desde El Palomar, ambos decesos debieron producirse en el acto. El aparato estaba completamente destrozado, y las primeras especulaciones atribuyeron la catástrofe a la pérdida de velocidad por alguna mala maniobra.

 

De la misma forma que procedimos para precisar el sitio del aterrizaje, pudimos establecer que el accidente se produjo en las inmediaciones del cruce de las actuales calles La Bastilla y Manuel Arrotea, es decir, a escasos 500 metros en línea recta de donde se hallaban los aviones navales. Los relatos de la época señalan que sucedió en las proximidades de un tambo, cuyos peones también intentaron socorrer a los infortunados militares.

 

Figura 2. Máquina similar a la siniestrada en González Catán poco después de las 16 horas del lluvioso miércoles 22 de julio de 1931, alrededor de la actual intersección de las calles La Bastilla y Manuel Arrotea. https://amilarg.com.ar/bristol-f.2b.html, consultado el 15 de marzo de 2024.



Digresión: en este escrito atípico, quiero confiarles que imagino que Alberto Misetich lo presentaría así para quienes habitamos González Catán: “por La Bastilla estaba el tambo de los Converso, el abuelo y el papá de Marinita”, brindándonos como siempre el plus de vincular las historias a los vecinos de ayer y hoy.

Los cuerpos de los malogrados aviadores fueron trasladados al casino de oficiales de la base para su velatorio; algunas versiones periodísticas afirman que este se realizó en ambulancia, pese al mal estado de los caminos como consecuencia de la persistente lluvia, mientras que otras expresan que se realizó por ferrocarril, sin especificar cual habría sido el intrincado recorrido[4]. Si coinciden en que fueron inhumados en Morón a media mañana del día siguiente, jueves 23; días después, los restos de Garraza arribaron a su Santa Fe natal, donde recibieron definitiva sepultura en el cementerio municipal[5].

 

 

Figuras 3a y 3b. Frente y dorso de una fotografía, bastante reciente en 1931 (se aprecia la capilla de la Fundación Armstrong, inaugurada en 1927) donde se señalan en la parte superior izquierda - probablemente lo hizo el Hermano Rogelio- los sitios del aterrizaje forzoso y del accidente que costara la vida a dos pilotos del ejército, cuyos apellidos figuran manuscritos al dorso. Colección Alberto Misetich.



Finalmente, cuando todavía no se había cumplido un mes de estos sucesos, el Ministerio de Marina envió una misiva de agradecimiento al Hermano Director del Colegio Santo Tomás de Aquino, publicada semanas después por una revista de la comunidad lasallana[6], junto a una fotografía que ratificaba la señalización de los sitios tanto del aterrizaje de emergencia como del accidente; la reproducimos a continuación.

 

Figura 4. Nota de agradecimiento enviada por una autoridad de la armada a la Dirección del Colegio Santo Tomás de Aquino de González Catán.

 




Figura 5. Los militares fallecidos presentados en Caras y Caretas, junto a una breve crónica, como se verá, confusa e inexacta.

 


Figura 6. Hermano Rogelio, Director de la Escuela Santo Tomás de Aquino de González Catán, en la portada de la quinta edición de La Razón del jueves 23/07/1931.

 




Otro avión (1941)

 

Alberto Rubén Misetich comenzó a indagar en la historia local a partir de su especial interés por la fotografía antigua: durante años, supo acopiar una impresionante colección en la que contó con la colaboración de una importante cantidad de vecinos. Esa relación de ida y vuelta fue creciendo y sorprendiendo inclusive a los protagonistas, que a través de Alberto se encontraban con retratos e historias de sus antepasados que desconocían, o bien las volvían a ver o escuchar después de mucho tiempo. Por ello, este artículo va acompañado de algunos testimonios gráficos, de los que no podríamos prescindir en un reconocimiento a su persona.

 

Desde la fotografía, justamente, Alberto había logrado reconstruir la crónica de otro descenso forzoso, ocurrido en 1941, diez años después y algo al noroeste del que presentamos aquí, cerca de la actual ubicación de ruta 1001 y Conde. Quintino Derossi, mecánico del pueblo, contribuyó para que esa aeronave, también militar, pudiera despegar nuevamente. Marcela Derossi, nieta de Quintino, le acercó a Alberto imágenes que documentaron ese momento, quien, con ese material, publicó “Historia de alto vuelo” (2023, Instituto del Patrimonio Histórico Cultural de La Matanza, IPaHC, 

https://matanzadigital.com.ar/historia-de-alto-vuelo/).

 

Así, el valor agregado de lo aportado por Alberto durante tantos años, como en este ejemplo, es la participación activa de los destinatarios, sus vecinos, en la reconstrucción colectiva de la historia de González Catán y de cada microhistoria que contiene. Sus publicaciones en distintos sitios y grupos nunca pasaban desapercibidas; sumemos su apoyo a la cultura local, con la realización de exposiciones y muestras fotográficas en escuelas y todo tipo de instituciones, siempre acompañado por su familia: su esposa Fabiola y sus hijos Felipe y Delfina. Cabe agregar, eventos y colaboraciones gratuitas, donde su generosidad no reparaba ni siquiera en costos de traslado o mantenimiento. Sus contactos a la distancia o sus visitas en persona a diferentes domicilios de viejos vecinos, intercambiando fotografías e información, generaban olas de recuerdos y emociones, y siempre se hacía tiempo para realizarlas.

 

-Uno está para eso-, argumentaba.

 

Consideraciones finales

 

Toda historia local tiene algunos hechos caídos en el olvido. Aunque Catán contó con la suerte de tener familias que han transmitido historias de generación en generación, e inclusive tuvo quienes las escribieron, como la recordada Marina Igual de Converso, siempre queda algún margen para la sorpresa, sobre todo si se trata de acontecimientos ocurridos en las primeras décadas de existencia del pueblo. La era de la información en línea, de las redes sociales y de los avances tecnológicos en general han aportado a la localización y socialización de unos cuantos de ellos.

 

En este caso, explorando otras temáticas, me encontré con este accidente de 1931. Enseguida se lo comenté a nuestro amigo Alberto: se interesó de inmediato, investigó y proyectó contarlo, como había hecho con el aterrizaje forzoso de 1941, incidente que personalmente desconocía a pesar de haber investigado la historia local.

 

De modo que él hubiera querido escribir esta historia; aquí lo hacemos en su nombre, tratando de ilustrar el relato con imágenes, como le hubiera gustado. Por un lado, narrando un episodio olvidado, que sin dudas debió conmocionar aquella pequeña población; por el otro, recordando a una persona sencilla y generosa que con su trabajo logró interesar y emocionar a quienes compartían su lugar en el mundo.

 

González Catán, marzo de 2024

 

 

 

Figuras 7a, 7b y 7c. La noticia reflejada en diarios de Buenos Aires, en algún caso en su portada, el jueves 23 de julio de 1931.

 




Fuentes

 

Caras y Caretas número 1713, imagen 85, s. p., Buenos Aires, 1° de agosto de 1931.

 

Castellán, Silvia, “La «Revolución de Pomar» y el Territorio Nacional del Chaco”, en Revista Nordeste 2da. Época, N° 10, 1999, pp. 80-102. En línea, razares,+Gestor_a+de+la+revista,+2965-9266-1-CE (2).pdf, consultado el 12 de marzo de 2024.

 

Colección Alberto Misetich, fotografías varias.

 

El Litoral, Santa Fe, viernes 31 de julio de 1931. https://www.santafe.gob.ar/hemeroteca/diario/15739/?page=1, consultado el 16 de marzo de 2024.

 

Google Earth, consultas varias.

 

http://institutoaeronaval.com/historia-aviacion-naval/ consultado el 15 de marzo de 2024.

 

https://amilarg.com.ar/bristol-f.2b.html, consultado el 15 de marzo de 2024.

 

La Colmena, Revista ilustrada del Colegio "De La Salle”, Órgano de los alumnos del Instituto de las Escuelas Cristianas, número 346, Buenos Aires, 27 de septiembre de 1931.

 

La Nación, Buenos Aires, jueves 23 de julio de 1931.

 

La Prensa, Buenos Aires, jueves 23 de julio de 1931.

 

La Razón, Buenos Aires, 5ª edición, jueves 23 de julio de 1931.

 

Misetich, Alberto, “Historia de alto vuelo”, Instituto del Patrimonio Histórico Cultural de La Matanza, https://matanzadigital.com.ar/historia-de-alto-vuelo/; publicado el 2 de mayo de 2023; consultado el 16 de marzo de 2024.

 

Sábado 24 de abril de 2010, Teatro La Cochera, González Catán. Acto y presentación del libro Catán Centenario: Yoni Sacson, Pablo Valaco, Oscar Cánepa y Alberto Misetich (archivo del autor).





[1] Castellán, Silvia, “La «Revolución de Pomar» y el Territorio Nacional del Chaco”, en Revista Nordeste 2da. Época, N° 10, 1999, pp. 80-102. En línea, razares,+Gestor_a+de+la+revista,+2965-9266-1-CE (2).pdf, consultado el 12 de marzo de 2024. De este trabajo están tomados también los datos que continúan.

 

[2] Caras y Caretas número 1713, imagen 85, s. p., 1° de agosto de 1931.

[3] Otras versiones elevan la altitud hasta 250 y aun hasta 500 metros.

[4] Conforme a la rutina fúnebre de aquella época, pudo haber sido en ambulancia hasta la estación González Catán, en ferrocarril hasta estación Buenos Aires, nuevamente en ambulancia hasta estación Retiro (San Martín), y de allí hasta estación El Palomar.

[5] El Litoral, viernes 31 de julio de 1931. https://www.santafe.gob.ar/hemeroteca/diario/15739/?page=1

[6] La Colmena número 346, 27 de septiembre de 1931.


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